El Teniente Roberto Néstor Estévez nació un 24 de febrero de 1957.
Oriundo de Posadas, Misiones, era el séptimo de nueve hermanos.
Hijo de Roberto Néstor Estévez y Julia Berta Benítez Chapo.
El “Toto” como le decían quienes lo querían, era un personaje.
Con tan sólo ocho años de edad, había hecho una historieta muy bien dibujada, donde el héroe de la misma, Rob-Dick (Rob, de Roberto, y Dick, vaya a saber por qué) era un gaucho con capa que libraba distintas aventuras, todas con un sentido nacional.
Las historietas de Rob-Dick se extendieron durante cuatro años, y durante ese tiempo, el superhéroe nacional iniciaba una campaña para recuperar las islas Malvinas (de allí la mención que hace Estévez a su padre, en la carta póstuma: “…
¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todo destinado a recuperar las Islas Malvinas?…”)
Fanático lector, era común que se quedara dormido con la luz encendida.
De todos los temas que gustaba leer, su predilecto era la Historia Argentina.
Inteligente y crítico, cuestionaba todo lo que no le parecía justo o verdadero, al extremo de que las maestras lo echaron varias veces del aula.
No soportaba la mentira.
Solía decir, desengañado por lo mucho que le costaba todo, que era producto de que escribía con la mano izquierda, porque para los zurdos el mundo era al revés.
No se daba cuenta de que justamente, el iba por el recto camino, y que era el mundo, quien iba, y sigue llendo, al revés.
Todo lo que se proponía no paraba hasta lograrlo.
Sus metas no se las sacaba nunca de la cabeza.
Descubierta su vocación militar, un amigo le comento que los zurdos no entraban al Colegio Militar porque tenían problemas para manejar las armas y disparar.
Estévez tenía diecisiete años.
Frente a la posibilidad de quedarse sin ingresar a la Colegio Militar De La Nación aprendió a escribir y manejarse con la mano derecha.
De lo que resultó, ambidiestro.
Inicialmente, Estévez decía que quería entrar al arma de Caballería, pero una vez en tema, se le escuchaba que prefería la Infantería porque sentía más ambiente de camaradería.
Ya en las FFAA se destacó por su voluntad y esfuerzo, amén de su gran inteligencia.
En su destino en el Regimiento 25 recibió el premio “Al mejor Infante”, además de ser distinguido con el honor de ser abanderado.
Sobresalió entre sus camaradas por su gran profesionalismo, su capacidad, y también, cuando la férrea disciplina lo permitía, por su alegría.
Excelente amigo y compañero; le gustaba toda la música, desde el chamamé hasta la clásica.
Dueño de una personalidad llana; hombre franco y directo, poseía una fe inquebrantable.
Era un ferviente católico.
Dueño de una personalidad llana; hombre franco y directo, poseía una fe inquebrantable.
Era un ferviente católico.
Queriendo ser el mejor en su especialidad, realizó el curso de Comandos a fines de 1981 y comienzo de 1982.
Su familia lo vio por última vez en ocasión de dicho curso, al realizarse el adiestramiento en la parte de “selva”, justamente en la provincia de Misiones, de donde eran oriundos.
Cuando el Teniente Estévez desarrollaba el Curso de Comandos en la Escuela de Infantería, durante el año 1982, durante el desarrollo de una exigente ejercitación propia de la especialidad, tuvo un paro cardíaco.
El médico que lo atendió, no obstante declararlo muerto, continuó prodigándole los auxilios correspondientes; milagrosamente, reaccionó.
En forma inmediata, sufre un segundo paro, del que vuelve a recuperarse. Fue enviado al Hospital en forma inmediata.
Todos se quedaron sorprendidos cuando, al día siguiente, se presentó para continuar el curso y lo finalizo con éxito.
Sin duda, el Señor prevé los mejores destinos para sus mejores hijos.
Posteriormente Estévez es destinado al Regimiento de Infantería Mecanizado 25.
Partió a Malvinas el día 27 de marzo de 1982 con el convencimiento de que no regresaría.
La carta póstuma para su padre y su familia quedó en el Regimiento, y les fue entregada a los familiares en julio de 1982, una vez conocido su fallecimiento, junto con sus objetos personales y una carta para su novia.
A continuación relato de un soldado que lucho con este bravo oficial:
“Ingresé en febrero de 1982 en el Regimiento de Infantería 25, que tiene asiento en la localidad de Sarmiento, provincia del Chubut.
A poco de haber llegado, los que teníamos estudios fuimos separados del resto de los soldados conscriptos.
Yo estaba cursando la carrera de analista de sistemas en el primer año; me ubicaron en la sección de aspirantes.
El Teniente Roberto Néstor Estévez, quien posteriormente dejaría un recuerdo imborrable en todos nosotros, fue el que nos seleccionó personalmente uno a uno.
Comenzó una instrucción, que no vacilo en calificar de dura y severa, hasta el 24 de marzo a cargo de Estévez, que pertenecía el grupo de Comandos, y su segundo jefe de sección, el Cabo Primero Faustino Olmos, también de esa misma especialidad.
La instrucción era diurna y nocturna con todo tipo de armamentos, teórica – práctica, y estaba destinada solamente a este grupo seleccionado, que yo, gracias a Dios, tuve la suerte de integrar.
Debo añadir que esta instrucción fue altamente valiosa a la hora del combate y Estévez, un jefe calificado que no sólo se preocupaba por nuestro estado físico sino también por nuestra espiritualidad, no cesaba de darnos ánimo y valor con sus propios gestos personales.
Les cuento un ejemplo: Allá, en el sur, hay unos pastos ásperos y filosos llamados coirones y durante nuestros habituales “cuerpo a tierra” y posteriores deslizamientos, tratábamos de evitarlos.
Al darse cuenta de esto, Estévez hizo él mismo el ejercicio, sin importarle las lastimaduras que tales matas le ocasionaron, y luego nos dijo:
“Si están en pleno combate, no van a tener tiempo de bordearlos, la guerra es así”.
Este tipo de ejemplos estaban muy a tono con su naturaleza de persona de una alta moral, ética y honor.
Y sólo tenía 24 años.
Nosotros, los AOR (Aspirantes a Oficiales de Reserva) en la mitad de la noche, más de una vez fuimos levantados y nos hacían salir a correr sorpresivamente bajo fina lluvia o nevisca, sólo vestidos con pantaloncitos cortos y ballenera (remera de manga corta).
Y como decía Nietzsche, lo que no te mata te fortifica.
Ese fue nuestro caso.
Del inicial grupo escogido, cuarenta y cinco, quedamos cuarenta.
Y esos cuarenta fuimos a Malvinas.
Aquel inolvidable 2 de abril nos tocó desembarcar al mediodía y nos sentíamos muy orgullosos en razón de pertenecer al único elemento del Ejército que participó de la operación de neto corte aeronaval en aquel momento.
A bordo del Almirante Irizar fuimos partícipes de una tocante ceremonia que nos concernía de un modo muy especial.
Como no habíamos tenido tiempo de jurar la bandera se organizó para nosotros una jura de nuestra enseña nacional, que tuvo el carácter de provisoria y levantó nuestro orgullo hacia las nubes.
Y ahí nos enteramos de que íbamos a Malvinas.
Puedo afirmar que, entre lágrimas y abrazos, ahí mismo se terminó de consolidar nuestro grupo.
Estuvimos brevemente en Puerto Argentino y luego, a bordo del barco Isla de los Estados fuimos enviados a Darwin con el objetivo de tomarlo.
Nuestro grupo de AOR era parte de la Compañía C, formada por tres secciones, Gato, Bote (la de Estévez) y Romeo, a cargo de Gómez Centurión.
Entre el 4 y 5 de abril nos asentamos en Darwin y comenzamos nuestras tareas de limpieza, minado y excavación de “pozos de zorro” y puestos de ametralladora.
Nuestro jefe directo era Estévez y el jefe de la compañía, el Teniente Primero Daniel Esteban.
Yo era tirador de MAG (ametralladora pesada) y fui elegido para eso debido a mi buena puntería en aquellos ejercicios anteriores en Chubut.
Disponíamos de 2 MAG, 2 lanzacohetes y fusiles FAP y FAL.
Nuestra base de operaciones era una escuela kelper construida íntegramente de madera, que constaba de dos pisos; ahí estaba ubicada la compañía C.
Recuerdo que, faltando algo de raciones, algunos oficiales y suboficiales se fueron a cazar avutardas y durante tres días esos pajarracos fueron parte distinguida de nuestro menú.
Disponíamos de un buen equipo de abrigo, muchas medias de recambio y guantes que nos protegían manos y pies del frío.
El 1º de mayo, a las 8 de la mañana, los Harrier ingleses atacaron a los Pucará estacionados en el aeropuerto de Darwin.
Nosotros estábamos ubicados a unos 500 metros del aeropuerto y vimos perfectamente todo.
Darwin es un caserío, una especie de pequeña bahía, todo bastante plano geográficamente hablando.
Luego del ataque abandonamos la escuela y nos instalamos en nuestros “pozos de zorro”.
De ahí en más, el agua y el frío fueron nuestros íntimos compañeros. Recuerdo que rezábamos al levantarnos y al acostarnos.
En los respiros que nos daban los desayunos hablábamos de nuestras respectivas familias y el hecho histórico y singular que estábamos protagonizando.
Todas esas cosas no hacían más que reforzar la alta moral que, inculcada por la labor encomiable de Estévez, existía en el grupo.
Debo añadir que el día 24 de abril hicimos nuestro juramento oficial a la bandera en suelo malvinense, privilegio que, creo, nadie lo tuvo.
La compañía se dividió.
Rumbo a San Carlos marcharon Esteban y los suyos al caserío de Darwin, Gómez Centurión con su gente y nosotros quedamos en nuestros “pozos de zorro” a cargo de Estévez.
Y permanecimos en aquel sitio hasta el 27 de mayo, momento en que el Teniente Coronel Piaggi le ordenó a Estévez que debíamos marchar hacia la primera línea de combate, debido a que los ingleses, que habían desembarcado en San Carlos el 1º de mayo, avanzaban hacia Darwin y ya se habían producido enfrentamientos con efectivos del Regimiento de Infantería 12.
Según nos testimonió el capellán militar padre Mora, al recibir la orden, Estévez se puso contento.
“Era lo que estaba esperando”, dijo. A las 2 de la madrugada del 28 de mayo llegamos a Boca House (Casa Boca), sitio cercano al cementerio de Darwin que ya era zona de combate.
Al hacerlo, nos cruzamos con gente del Regimiento 12, a cargo del Subteniente Peluffo, que venía de combatir.
Estévez nos hizo desplegar en abanico y quedamos distribuidos allí.
Luego, a la derecha del abanico, entró en contacto con el enemigo y nosotros, que aún no estábamos en las posiciones que debíamos ocupar, según las órdenes recibidas, nos unimos con los del 12 para permitirles un respiro pues, mientras ellos se replegaron, nosotros contraatacamos.
Al hacerlo, chocamos con la compañía A del batallón de paracaidistas ingleses, que tenía unos ciento cincuenta efectivos y estaban muy bien armados.
Se peleó muy duro, sin dar ni pedir cuartel, en un combate que desde las 5 de la mañana se prolongó hasta casi las 10.
Fueron casi cinco horas de auténtica estadía en el infierno.
Nosotros efectuamos tres repliegues y sucesivos contraataques.
Ellos tenían apoyos de las fragatas que estaban en San Carlos y de artillería, combinada con los Blowpipe (misiles antiaéreos) que barrían el terreno.
La disparidad de fuerzas era abrumadora a favor del enemigo.
Al hablar de lo que fue ese combate, recuerdo las balas trazantes que iluminaban la oscuridad, los morterazos, los gritos de dolor y de furia con que unos a otros nos animábamos.
Debido a la elevada preparación física espiritual con que contábamos, durante el combate estábamos calmos, tranquilos.
La angustia previa al choque con el enemigo nos había tenido nerviosos, pero ahora, en plena lucha, las cosas se revelaban tan simples como terribles.
Y en la sencillez del “matar o morir” todo estaba resumido.
Yo estaba a cargo de una de las dos MAG que teníamos y Zabala, otro soldado conscripto, era mi cargador de municiones.
Desde nuestro puesto disparaba a todo lo que veía o creía ver frente a mí.
De pronto, un proyectil de mortero cayó muy cerca de nosotros.
El pobre Zabala recibió de lleno las esquirlas y murió en el acto.
Yo recibí impactos de esquirlas en el perineal izquierdo.
Recuerdo que antes de perder la lucidez, atontado por la onda explosiva, le pedí a Dios que no me dejara morir allí.
Realmente no sé cuánto tiempo estuve inconsciente o atontado.
Luego, sin soltar mi MAG, me arrastré hasta un pozo cercano mientras sentía la tibieza de la sangre en mi piel y no sabía qué tan herido estaba.
Me zambullí en el pozo y encontré que allí había soldados del 12.
Ese pozo era como tener una butaca para contemplar el infierno.
El Cabo Castro había intentado llegar también al pozo donde yo estaba cuando un proyectil de fósforo lo alcanzó y lo envolvió, convirtiéndolo en una antorcha humana.
Oíamos sus gritos desgarradores.
El pobre decía: “¡Rodríguez, máteme!”- gritaba mientras se quemaba vivo.
A Romero, otro soldado que estaba allí, le gritó lo mismo, pero nadie se atrevió a dispararle y terminar con su agonía.
Un rato después no escuchamos más su voz; que Dios lo tenga en la gloria.
Y llego en mi relato a lo que considero el instante supremo del combate, desde mi situación personal por supuesto.
No hay que olvidar que en medio de ese caos del combate muchos estaban sufriendo experiencias únicas e indelebles.
La que les narro a continuación fue la mía:
El Teniente Estévez estaba recorriendo las posiciones, gritando órdenes a derecha e izquierda, todo esto, repito, bajo el terrible fuego enemigo.
Al salir del pozo contiguo al mío recibió dos balazos en el brazo y pierna izquierda, respectivamente.
Tambaleándose, llegó al pozo donde yo me encontraba.
Este valeroso oficial, sin preocuparse de sus propias heridas, me preguntó por las mías, pues yo estaba ensangrentado.
Le contesté que podía arreglármelas.
Estévez tomó un FAL y comenzó a disparar; luego, por radio estuvo dando nuevas órdenes.
Mi MAG la tomó otro soldado del 12 y abrió fuego contra el enemigo.
Ese soldado recibió un balazo en la cabeza, obra de francotiradores –los que mayores bajas causaron en nuestra dotación– y cayó muerto.
Éramos cinco en el pozo en ese momento.
Comenzamos a soportar fuego directo de morteros y las cercanas explosiones de los proyectiles que caían nos arrojaban lluvia de tierra sobre nuestras cabezas.
Estévez, lo repito, sin importarle sus heridas, tomó el casco del soldado muerto del 12 y me lo colocó en la cabeza para protegerme, ya que nosotros usábamos boinas verdes y eso no protege nada ante una bala o una esquirla.
En ese momento recibió un nuevo balazo en el pómulo derecho y se desplomó pesadamente a mi lado.
Tratamos de auxiliarlo y le oímos decir algo, que nadie entendió, y luego expiro.
Como estaba cargado de granadas, cualquier proyectil podía impactarlas y volarnos a todos, se las quitamos y sacamos el cuerpo fuera del pozo.
Luego, afuera, su cuerpo de héroe recibió numerosos balazos más, quedó casi irreconocible y la prueba de esto es que luego del combate lo reconocieron por la manera especial que tenía, como lo hacen los comandos, de atarse los cordones de los borceguíes.
Tomé la radio y después de algunos intentos logré comunicarme con el Teniente Coronel Piaggi y le informé que Bote (nombre clave de Estévez) estaba muerto.
Le pedí instrucciones: “Esperen y aguanten hasta que lleguen los Pucará de apoyo”- me contestó.
Los Pucará nunca llegaron.
Entretanto, los ingleses habían logrado tomar las alturas y desde allí su fuego nos estaba acribillando.
El Subteniente Peluffo, para evitar un inútil derramamiento de sangre, ya que habíamos agotado todas nuestras municiones, alzó la bandera blanca y todo terminó para nosotros.
Recuerdo que en nuestras posiciones los muchachos se pusieron a fumar o comer chocolates y caramelos, embargados de una total tranquilidad y satisfacción por haberse batido como bravos.
Al tomarnos, nos registraron como prisioneros y los ingleses descubrieron que teníamos ocultos cuchillos y “ahorcadores” (tanzas usadas para estrangular) y algunos recuerdos de tropas británicas que habíamos conseguido después de desembarcar.
Eso, más que nada, los hizo entrar en furia y nos golpearon.
A mí, que estaba herido en el suelo, tendido sobre un chapón, me propinaron un puntapié.
Debí soportar, como todos mis compañeros, el interrogatorio de la inteligencia inglesa.
El hecho de tener prisioneros “boinas verdes” en San Carlos y Darwin y la enconada resistencia que les opusimos les hacía no creer que cincuenta efectivos con sólo dos MAG, dos lanzacohetes y fusiles, hubieran podido detener a toda una compañía de tropas altamente especializadas, obligándolas a replegarse tres veces durante aquellas cinco horas infernales.
Así fue, ciertamente, el combate de Goose Green o Pradera del Ganso.
Algunos pocos soldados del 8 y del 12 y nuestra sección AOR dio material al jefe del comando inglés, Brigadier Mayor Julián Thompson, que en su libro No pic-nic describió la dureza de esta batalla que retrasó considerablemente los planes ingleses de tomar Darwin.
También supe que en otra acción durante el 29, el Teniente Coronel Jones, Jefe del Batallón de paracaidistas ingleses, murió en un choque con las fuerzas de la sección Romeo, a cargo del Subteniente Gómez Centurión.”
El Teniente Estévez es un argentino ilustre, ilustre no por que lo adornaran las luminarias del éxito mundano y el reconocimiento publico, sino todo lo contrario, podemos decir que es tan heroico como anónimo.
Como esas obras de arte medieval que los autores no firmaban, pues solo les interesaba el reconocimiento que Dios le pudiere dar a la misma y que por ello la hacían, para agradarlo.
En esta Argentina democrática donde cualquier héroe es “desmitrificado” por los O´Donell o los Gracia Hamilton, parecería que es mejor que nuestro Teniente Estévez sea casi ignorado.
No hace falta ser conocido para ser héroe y si parece hacer falta los autógrafos y el foco de luz para los antihéroes, de costumbres degradadas y alma negra, a los que se les dice Dios y se lo creen.
Por todo ello queremos hoy rescatar algunas cosas importantes de este joven que viviera una corta y fecunda vida, mas fecunda que la de muchos viejos que han pasado la suya tratando de salvarla, sustrayéndose al riesgo, al peligro, a la lucha.
La caída en combate de nuestro Teniente en la batalla de Pradera del Ganso durante la gesta de Malvinas nos lo muestra como un gaucho argentino cabal, con todo lo que conlleva ello, la espiritualidad netamente católica.
La valentía: va al primer lugar del combate a poner el pecho al fuego del invasor colonialista para cubrir la retirada de sus camaradas.
El resignado espíritu de sacrificio que nos recuerda aquella frase evangélica “No hay nada mas hermoso que dar la vida por los amigos”.
Le dice al capellán que era “justamente lo que esperaba” estar en la primera línea de combate cubriendo el repliegue de una compañía, aquella terrible noche del 28 de mayo, cuando los ingleses se empeñaron a pleno con los paracaidistas y la infantería de marina apoyados por las fragatas.
Nuestro teniente, le enseñaría al enemigo como lucha y como muere un gaucho argentino.
No rindió su posición cuando cualquier otro militar extranjero la hubiera evacuado estando el enemigo ingles a menos de 100 metros, perforado por varios balazos seguía combatiendo y dando órdenes a sus subordinados.
Claramente manifestó que no se replegaría.
Desde chico demostró inclinaciones nacionalistas y patrióticas, lo cuenta en la carta póstuma que dirige a su padre.
Ya en aquel entonces el anhelo de Roberto era a servir a algo que intuía superior, a esa unidad de destino que luego amaría locamente por amor a Dios: la Argentina.
Ya en aquel entonces la causa Malvinas estaba presente en su espíritu.
Hasta sus juegos de niño estarían orientados a la recuperación de la soberanía conculcada de la Patria y así se rebelaría su vocación tendiente a defenderla.
En el momento supremo de luchar no se preguntó si era oportuno hacerlo.
No actuó con la mente de un político, sino con la de un patriota dispuesto a entregarlo todo sin pedir absolutamente nada.
Es que el patriotismo llevado a la heroicidad implica la magnanimidad.
Aplicar la grandeza del alma ordenada a las necesidades superiores de la Patria y de ser necesario como en el caso de nuestro Teniente a morir por ella.
Nada tenia mas valor para él que cumplir con ese mandato, ni su propia vida ofrendada si se quiere con terquedad y empecinamiento, un santo empecinamiento.
Su patriotismo no era meramente sentimental sino que era esclarecido, sabia perfectamente quien era el enemigo y cual era el poder que tenia.
Sabía que ese poder era el sionismo, el imperialismo norteamericano y el Poder Internacional del Dinero y finalmente sabía que iba a enfrentarse a ese poder encarnado en los británicos.
Una anécdota nos ilustra al Estévez soldado y su espíritu de sacrificio.
Sus ansias de tener conocimientos y dotes técnicas lo llevaría a seguir el curso de Comandos en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo.
Durante uno de los durísimos ejercicios sufre un paro cardio respiratorio. Ante esto casi siempre los alumnos abandonan el curso.
Estévez continuo y pese a todo concluyo con éxito el mismo.
Ya era conocido desde el Colegio Militar como un soldado de tomo y lomo que no solo ordenaba y marcaba el camino a seguir sino que era el primero en recorrerlo.
Si bien era férreo en el mando también era al mismo tiempo un gran camarada.
Ser soldado, esa era su misión.
No le interesaba y le parecía detestable seguir la carrera militar para tener una profesión de prestigio y un sueldo relativamente pasable o como era común en ciertos casos para practicar equitación o aprender a jugar al polo, lograr ascenso social y revestirse de oropeles de falsa aristocracia.
Tenia una clara visión política, ante el hecho Malvinas.
Advierte sagazmente y evaluaba que había un retorno a la Religión Católica, se producía una unidad en Hispanoamérica que contradecía a la “farsa liberal”.
Se lograba unidad nacional ante la causa común y especulaba con tirar por la borda 132 años de claudicaciones para que brillara de nuevo la Argentina Católica e Hispánica.
Ese es el modelo de soldado al que aspiramos como nacionalistas.
Ese será el modelo en el que forjaremos las futuras Fuerzas Armadas Argentinas si Dios nos lo permite Como podemos ver el espíritu del Teniente es el espíritu de la Gesta de Malvinas, espíritu de gauchos, de patriotas y de soldados, Ese espíritu que nos hizo ver que debajo de la hojarasca, debajo de la basura que ya se descargaba contra nuestra Patria, aun había un resplandor de gloria esperando ser rescatado.
Un resplandor que hoy a un cuarto de siglo después, y mas allá de la traición y la destrucción sufrida, aun se encuentra allí destellando bajo la turba junto a los huesos sagrados de nuestros queridos muertos.
A continuación la carta que escribió el Teniente Estévez la cual se convirtió en documento histórico nacional:
Querido papá,Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor.
El, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión.
Pero fijate vos, ¡que misión! ¿no es cierto?
¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía?.
Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.
Lo único que a todos quiero pedirles es:
1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo.
2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante,
3) que recen por mí.Papa, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas:
Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite.
Un fuerte abrazo.
Dios y Patria ¡O muerte!
Roberto
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