sábado, 16 de junio de 2012


GUEMES EN BUENOS AIRES

General Martín Miguel de Güemes (1785-1821)

Podríamos imaginar la indiferencia que habrá causado la muerte del valeroso gaucho y general Martín Miguel de Güemes en la alta sociedad porteña, cuando La Gaceta de Buenos Aires publicó, el 19 de julio de 1821, que “murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos.  

Ya tenemos un cacique menos…”.  

Desgarradora y errada conclusión para quien en vida dio lo mejor de sí, su cristalina condición de gaucho noble y arrojado, desde que se inició en el riesgoso camino de las armas.

Si el final de una vida de servicios a la Patria tenía ese “reconocimiento”, nada podría esperarse del hallazgo de algunos hermosos datos que ayudarían a contrarrestar, sin lugar a dudas, las varias veces distorsionada biografía del gaucho paladín que la enseñanza de la escuela liberal nos impuso desde pequeños.  

De allí la hechura de este artículo, de allí la necesidad de devolverle a Güemes apenas un poco de lo mucho que él nos dio para asegurar el suelo que pisamos.

Güemes, cadete y subteniente en el Regimiento Fijo de Buenos Aires.

Para grata sorpresa de muchos, Martín Miguel de Güemes revistó como cadete y subteniente del entonces denominado Regimiento Fijo de Infantería de Buenos Ayres, según consta en diversos documentos comprendidos entre 1808 y septiembre de 1809. 

Uno de ellos, que yace en la Sala IX-26-7-6, libro 8, foja 394 y siguientes del Archivo General de la Nación, contiene un listado de oficiales y cadetes del antiguo regimiento Fijo de Buenos Aires, que al referirse a nuestro gaucho salteño dice “Cadete don Martin Guemes”, ubicado en el puesto número 11 en la jerarquía del mencionado listado.  

Lo encabeza el Ayudante Mayor don Pedro Durán, seguido del Capitán José Piris.

Cabe recordar que tras la Segunda Invasión Inglesa al Plata, en 1807, Buenos Aires vivió momentos de relativa calma, de aparente tranquilidad, la cual se rompe en mayo de 1810, como se sabe.  

Durante ese trienio, y por las extraordinarias acciones llevadas a cabo por el joven Martín Güemes contra los ingleses, éste gozaba de un prestigio más que considerable.  

Lo demuestra el hecho de que aparte de ser cadete en el regimiento porteño, Güemes ostentaba el grado de Teniente del Cuerpo de Granaderos del Virrey de Buenos Aires, General Santiago de Liniers.  Incluso fue su edecán.

Ya incorporado Martín Miguel de Güemes al Regimiento Fijo de Buenos Aires como cadete, el 10 de marzo de 1808 remite una carta al Virrey Liniers con la idea de gestionar un viaje de urgencia a Salta capital, con motivo del fallecimiento de su padre. 

Argumenta, entre otras cosas, que “me es preciso pasar a dicha ciudad por el termino que la bondad de Vuestra Excelencia tenga bien hasta evacuar inventarios, partidas y por ultimo dar cumplimiento a la ultima disposición de mi dicho finado padre”.  

Añadimos que el padre del insigne prócer, hablamos del señor Gabriel de Güemes Montero, había sido ministro de Real Hacienda de la ciudad de Salta.  

En dicha carta, también alega el gaucho Güemes estar algo enfermo, situación que aseguró su anhelado viaje al terruño natal.

Güemes parece sentir el rigor de una incipiente hemofilia que afecta de a poco su salud.  Recién volverá a la ciudad portuaria los primeros días de septiembre de 1809, dado que su licencia por enfermedad tenía carácter de “ylimitada”.  

Tiempo atrás, más precisamente el 13 de enero de 1809, la Suprema Junta Gubernativa del Reino de España, ubicada en Sevilla, le expidió a Martín Miguel de Güemes el ascenso a subteniente efectivo del Regimiento Fijo de Buenos Aires.

Poco antes de que expire el poder virreinal de don Santiago de Liniers, Güemes le manda decir que como “para mi curación y subsistencia necesito tener los auxilios precisos de mi pequeño sueldo, se ha de servir el piadoso corazón de / Vuestra Excelencia mandar que en ésta Tesorería de Real Hacienda de Salta, se me asista con el precitado y correspondiente sueldo, que gozo según el cese que tuve del que percibí en mi Cuerpo”.  

Concretamente: Güemes, aquél héroe de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, percibía un magro sueldo que no le servía de mucho para paliar los problemas de salud que lo aquejaban desde hacía un tiempo, y que por ello pide se le reintegren los sueldos que durante su ausencia debió percibir, sea en el Regimiento Fijo de Buenos Aires como en el Cuerpo de Granaderos del Virrey Liniers.  

El justificativo era que Martín Güemes, si bien estuvo en Salta, seguía figurando en los listados de ambos cuerpos armados como oficial.

Sin embargo nuevos ecos revolucionarios regresaban a la cuenca del Río de la Plata, y al frente del Virreinato estaba ahora Baltasar Hidalgo de Cisneros, el cual desoirá el justo reclamo de Martín Miguel de Güemes.  

En oficio del 23 de septiembre de 1809, queda sentado el rechazo a la petición del gaucho patriota.  

Podría afirmarse, entonces, que en una etapa de la vida nacional en la que prevaleció la paz, sin grandes batallas a la vista, el paso de Güemes por el regimiento de Buenos Aires no estuvo signado por grandes episodios, pero justamente por tal motivo muy pocos conocen la huella dejada por el insigne salteño en el primer regimiento criollo del país.  

A partir de 1810 Güemes iniciará la Guerra Gaucha, épica gesta que merece todo nuestro respeto, reconocimiento y admiración.

El prócer sin retrato original

Pero si el olvido y el maltrato de la figura de Martín Miguel de Güemes no fueran aún suficiente, agregaremos que pesa sobre él la triste particularidad de que nunca fue retratado en vida.  

Resulta sorprendente y hasta lamentable que uno de nuestros mejores hombres, hacedor de innumerables patriadas, no haya quedado plasmado para la posteridad en alguna pintura u óleo que lo refleje.

Por ende, es acertado suponer que la fisonomía de Güemes está más bien idealizada, como la que popular y erradamente se tiene del soldado de Granaderos –jamás fue sargento- Juan Bautista Cabral, al cual se lo suele representar de tez blanca, cuando en verdad era moreno.

El retrato más cercano a la realidad que posiblemente exista sobre el general Güemes, es el confeccionado por el artista francés Ernest Charton a don Carlos Murúa Figueroa Güemes, sobrino nieto del patriota, de importante parecido con aquél.  

El retratista se instaló en la casa del doctor Juan Martín Leguizamón con todo su taller de pintura, y allí efectuó la obra utilizando el lápiz como técnica.

Dicho retrato, que data de 1876, fue el primero que se hizo en honor del ilustre salteño.  Se destaca, asimismo, que en aquel momento el señor Murúa Figueroa Güemes tenía más edad que la que tuvo don Miguel Martín al momento de morir, por eso en la iconografía corriente aparece su rostro como si fuera más longevo.  

El general Güemes vivió hasta los 36 años, mientras que Carlos Murúa Figueroa Güemes andaría por los cuarenta o cincuenta años de edad cuando le propusieron posar.

El subtítulo de este apartado, por lo tanto, no cae en el error: Martín Güemes, el indomable gaucho del norte argentino que llegó a general tras el nombramiento concedido por José de San Martín, es un prócer sin retrato original. 

¡Cuántos falsos próceres, sin merecerlo desde luego, fueron exaltados en vida por el arte!

Tenemos la súbita reacción de exaltar la figura de Güemes cada vez que intentamos buscar, con su ejemplo, el camino para afianzarnos en la auténtica reconstrucción y liberación que todavía nos debemos los argentinos.  

Y este acto reflejo, que nace del corazón, difícilmente pueda lograrse con aquellos logiados que el engaño y la confusión ensalzaron como “patriotas ejemplares” de nuestra historia.    

Autor: Gabriel Oscar Turone

Bibliografía

Revista del Archivo General de la Nación, Año IV, N°4, Buenos Aires 1974.
Romero Sosa, Carlos María. “Güemes”, Diario “La Nación”, Agosto 2008.
www.revisionistas.com.ar
Yaben, Capitán de Fragata (R), Jacinto R. “Biografía Argentinas y Sudamericanas”, Tomo II, 1938.

domingo, 3 de junio de 2012


MANUEL BELGRANO

Manuel Belgrano (1770-1820)
En el libro parroquial de bautismos de la Iglesia Catedral de Buenos Aires, iniciado en el año de 1769 y concluido en el de 1775, se lee al final de la página 43: 


“En 4 de junio de 1770, el señor doctor don Juan Baltasar Maciel canónigo magistral de esa santa iglesia Catedral, provisor y vicario general de este obispado, y abogado de las reales audiencias del Perú y Chile, bautizó, puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3 del corriente: 


es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Pérez y de doña Josefa González: 


fue padrino D. Julián Gregorio de Espinosa”.


Nació nuestro héroe, cuarenta años antes de la gran revolución que lo inmortalizó y a la que sirviera con abnegación ejemplar.


Manuel Belgrano fue el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y tres mujeres. 


El padre, Domingo Belgrano y Peri, había llegado al Plata en 1751. 


 Era genovés. 


En Buenos Aires prosperó; obtuvo la naturalización; integró el núcleo de comerciantes importantes; se casó en 1757 con doña María Josefa González Casero -de antiguo arraigo en la ciudad-, y dio a su numerosa familia, educación esmerada y vida cómoda. 


Los hijos correspondieron a la solicitud de los padres: sirvieron al Estado en la milicia, en la administración o el sacerdocio, con dedicación y brillo.


Quebrantos financieros en los últimos años de su vida -murió en 1795- motivados por un proceso en el cual se vio implicado sin razón, le crearon situaciones difíciles. 


Los hijos se hicieron cargo de las obligaciones pendientes, al abrirse la sucesión. 


Y la gloria de su cuarto vástago arrancó para siempre del anónimo a este esforzado comerciante ligur que tuvo confianza en la generosa tierra del Plata.


Sus comienzos


Belgrano cursó las primeras letras en Buenos Aires. En el Colegio San Carlos, bajo la dirección del Dr. Luís Chorroarín, estudió latín y filosofía, acordándosele el diploma de licenciado en esta última disciplina el 8 de junio de 1787, cuando ya se encontraba en España adonde lo había enviado su padre para instruirse en el comercio.


Sin embargo, fue en la Universidad de Salamanca, donde se matriculó, graduándose de abogado en Valladolid en 1793. Poco ha contado Belgrano de su paso por las aulas peninsulares. 


Más le interesaron las nuevas ideas económicas, las noticias de Francia y su revolución – filtradas a pesar de la rigurosa censura -, las discusiones de los cenáculos madrileños donde se hablaba de los fisiócratas – mágica palabra – y hacían adeptos Campomanes, Jovellanos, Alcalá GaIiano.


Conoció la vida de la Corte, viajó por la Península, leyó a sus autores predilectos en francés, italiano e inglés; cultivó, en fin, su espíritu.


Cercana la hora del regreso recibió a fines de 1793 una comunicación oficial en la que se le anunciaba haber sido nombrado Secretario perpetuo del Consulado que se iba a crear en Buenos Aires. 


En febrero de 1794 se embarcó para el Plata. Iniciaba, así, a los veinticuatro años de edad, su actuación pública. 


Hasta su hora postrera, estaría consagrado a servir a sus compatriotas.


Apoyó la creación de establecimientos de enseñanza, como las Escuelas de Dibujo y de Náutica. Redactó sus reglamentos, pronunció discursos, alentó las vocaciones nacientes y trató de dar solidez a estas escuelas, prontamente anuladas por la incomprensión peninsular.


Halló todavía tiempo para traducir un libro de Economía Política, redactar un opúsculo sobre el tema, contribuir a la fundación del “Telégrafo Mercantil”,. e interesar a un grupo de jóvenes que como él deseaba lo mejor para su patria, en los principios fundamentales de la economía política. 


No descuidó, sin embargo, su tarea específica de secretario del Consulado, donde, detallada y cuidadosamente, redactaba las actas. 


Durante una década – agitada ya por fermentos e inquietudes — se preparó para manejar a los hombres y encauzar los acontecimientos. 


El primer cañonazo del invasor inglés – que precipitó los hechos- alejará a Belgrano de su bufete, para lanzarlo a la acción.


Actitud durante las Invasiones Inglesas


El 27 de junio de 1806 fue un día de luto para Buenos Aires. Bajo un copioso aguacero desfilaron hacia el Fuerte los 1.500 hombres de Beresford, que abatieron la enseña real, mientras el virrey Sobremonte marchaba, apresurado, hacia Córdoba.


Belgrano – capitán honorario de milicias urbanas – había estado en el Fuerte para incorporarse a alguna de las compañías que se organizaron y que nada hicieron, luego, para oponerse al invasor. 


“Confieso que me indigné; me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación que hubiera sido subyugada por una empresa aventurera, cual era la del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta peligrosa empresa”.


Días más tarde los miembros del Consulado prestaron juramento de reconocimiento a la dominación británica. Belgrano se negó a hacerlo, y como fugado, pasó a la Banda Oriental, de donde regresó, ya reconquistada la ciudad, aunque habían sido sus propósitos participar en la lucha popular.


Belgrano militar


Al organizarse las tropas para una nueva contingencia, Belgrano fue elegido sargento mayor del Regimiento de Patricios. 


Celoso del cargo, estudió rudimentos de milicia y manejo de armas, y asiduamente cumplió con sus deberes de instructor. 


Cuando quedó relevado de estas funciones fue adscripto a la plana mayor del coronel César Balbiani, cuartel maestre general y segundo jefe de Buenos Aires. 


Como ayudante de éste, actuó Belgrano en la defensa de Buenos .Aires.


A comienzos de 1815, Manuel Belgrano abandona completamente sus funciones militares y es enviado a Europa, junto a Rivadavia y Sarratea, en funciones diplomáticas. 


Conoce allí al célebre naturalista Amado Bonpland, y lo convence de venir a América, a estudiar la naturaleza y el paisaje de estas regiones.


También se destacará como diplomático, desarrollando una importante labor propagandística, cuya finalidad es que la revolución sea reconocida en el Viejo Continente.


Propuesta monárquica


Regresa al país en julio de 1816 y viaja a Tucumán para participar de los sucesos independentistas, donde tiene un alto protagonismo. 


Tres días antes de la declaración de la Independencia (9 de julio de 1816), declama ante los congresistas e insta a declarar cuanto antes la independencia. 


Propone una idea que contaba con el apoyo de San Martín: la consagración de una monarquía: 


“Ya nuestros padres del congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de nuestros Incas para que nos gobierne. 


Yo, yo mismo he oído a los padres de nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrían de nuestro rey a los hijos de nuestros Incas.”


 No obstante, la propuesta monárquica de Belgrano no prospera, dado que habían corrido rumores de que incluía la cesión de la corona a la casa de Portugal.


Más tarde, Belgrano seguirá desarrollando una ardua actividad político-diplomática: por ejemplo, será el encargado de firmar el Pacto de San Lorenzo con Estanislao López que, en 1919, pondrá fin a las disputas entre Buenos Aires y el litoral. 


Además, volverá a encabezar el Ejército del Norte, en el cual, gracias a la fama que gozaba entonces como jefe y patriota, será vivamente admirado por la tropa.


Sus últimos días


Aquejado por una grave enfermedad que lo minó durante más de cuatro años, y todavía en su plenitud, el prócer murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, empobrecido y lejos de su familia. 


Si bien no se casó, de sus amores con una joven tucumana nació su hija, Manuela Mónica, que fuera enviada por su pedido a Buenos Aires, para instruirse y establecerse. 


También tuvo un hijo con María Josefa Ezcurra. Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, hermana de María Josefa, adoptan al pequeño, que pasa a llamarse Pedro Rosas y Belgrano.


Sólo un diario, “El Despertador Teofilantrópico” se ocupó de la muerte de Belgrano, para los demás no fue noticia.


Culminaba así una vida dedicada a la libertad de la Patria y a su crecimiento cultural y económico. 


En este sentido, se destaca de Belgrano que fue el promotor de la enseñanza obligatoria que el virrey Cisneros decretó en 1810. 


Se destaca también su labor como periodista (después de su actuación en el Telégrafo Mercantil), creó el Correo de Comercio, que se publicó entre 1810 y 1811, y en el cual se promovió la mejora de la producción, la industria y el comercio); y como fundador de la Escuela de Matemáticas (en 1810, costeada por el Consulado), y de la Academia de Matemáticas del Tucumán, que en 1812 instauró para la educación de los cadetes del ejército.
Fuente


Corvalán Mendhilarzu, Dardo: “Los Colores de la Bandera Nacional”. Hist. de la Nac. Arg.
Educar
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Fernández Díaz, Augusto: “Origen de los Colores Nacionales”. Revista de Historia, Nº 11.
HT (Hijo ‘e Tigre) – La Bandera Nacional.
Ramallo, Jorge María: “Las Banderas de Rosas”. Rev. J. M. de Rosas, N’ 17.
Ramirez Juárez, Evaristo: “Las Banderas Cautivas”.
Rosa, José María – Historia Argentina.
Turone, Gabriel O. – Manuel Belgrano (2007).
www.revisionistas.com.ar